Páginas

domingo, 13 de julio de 2014

Emocionalmente en su punto

Estoy enamorada de Los Caños de Meca desde hace tantos años que no recuerdo el momento exacto del flechazo.

Para mí, esa curva al entrar desde el Parque Natural de La Breña llegando desde Barbate, en la que de pronto se rompe el verde de la vegetación y se abre el horizonte, con el Faro de Trafalgar al fondo, es la misma puerta al paraíso.

Cada uno tiene sus obsesiones y sus pasiones. Las mías están en este lugar.

Y no tiene nada que ver con los recuerdos de la adolescencia. Ni con aquel amor rubio y surfero que se fue igual que llegó. Ni con alguna fiesta desenfrenada y clandestina, de esas que se clavan en la memoria. Ni con las puestas de sol en la playa, ni con los mojitos de La Jaima, ni con los crèpes de La Pequeña Lulú. O quizás sea todo junto, mezclado, agitado, y agitándome por dentro.

Todo un cóctel de sensaciones, que van desde la euforia a la melancolía, una tras otra, sin dejarme tregua. Por eso, al volver a casa después de un tiempo allí, estoy exhausta pero feliz.

Mi última estancia ha sido aún más especial, ya que he sumado a mi colección de recuerdos, los últimos tranquilos, serenos y apacibles,  uno más: nuestra hija Helena ha estado con nosotros.

Un paraíso al alcance
Por si fuera poco, hemos descubierto (aunque ya lo conocíamos a través de amigos como Susana Suárez Artidiello o Benjamín Colsa, y admirados expertos como José Landi o Pepe Monforte) un rincón donde el placer de la buena mesa es una explosión de vida para los sentidos.

Tataki de atún, en ensalada con salmorejo
Todos los detalles, cuidados
El Hotel-Restaurante La Breña ha cumplido, con creces, todas nuestras expectativas, y eso que íbamos tímidamente, como en la primera noche de amor.

Nos atrevimos con el tataki, el tartar, las albóndigas de atún. Y llegamos a los postres con mucho más Amor Amor, y fresas, y brandy, y todo el placer.

Una maravilla al alcance, un "restaurante emocional" que lo es. Amable, curativo, sensual.

Y es que este bellísimo rincón, entre los pinos y el mar, existe, aunque parezca de cuento.

Está bien cerca. 

Allí es posible saborear el océano, y llevárselo impregnado en los labios. Es posible sobrevolar los sueños, y mirar, desde allí, con otros ojos el mundo.
Sentí no haber tenido la soltura de preguntar por el chef Ciprian Jordan para poder conocerlo en persona. Para otra vez será, eso seguro. Porque siempre vuelvo a Los Caños.
Y ahora hay un gran aliciente más.



Maravilloso tartar

Albóndigas de atún sobre puré de patatas, suavemente me matan

Amor, amor... enamoramiento súbito



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lo que más gusta a los buenos vividores